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El último secreto de Machu Picchu

Según un libro El último secreto de Machu Picchu, se describe la verdad de Machu Picchu, quién habia encontrado Machu Picchu y porque sería posible que tenga dueño.

Con un magnífico paisaje, divisando los picos del gran cañón del Urubamba, se elevaba a más de 610 metros sobre el río con el mismo nombre y la selva espesa que cubría lo que asemejaba ser ruinas incas. El historiador Hiram Bingham en 1911, divisaba por primera vez los muros de piedra que asomaban entre la frondosa vegetación, sin saber que estaba frente a la famosa ciudadela Inca de Machu Picchu.

Retornó a la Universidad de Yale, de donde había partido decepcionado. Al siguiente año, volvió a Perú a descubrir el misterio despejando las ruinas. Solo así pudo entender toda la magnitud del lugar. En 1913, la revista National Geographic había publicado un artículo sobre Machu Picchu con varios artículos y es ahí cuando el mundo supo por primera vez de la ciudad inca y Hiram Bingham, saltó a la fama.

A los 100 años del reportaje, Un libro nuevo cuenta la historia de Machu Picchu con un ángulo desconocido. Durante años los expertos explicaros por qué Machu Picchu es una obra maestra de ingeniería y arquitectura, describieron cómo vivían los incas en Machu Picchu y evaluaron su valor arqueológico, pero nadiehasta el momento contó la historia de muchas personas ligadas íntimamente a las ruinas, tanto en el pasado como en el presente.

Sergio Vilela, director editorial del Grupo Planeta, y José Carlos de la Puente, profesor de Historia Latinoamericana de la Universidad de Texas, justamente se encargaron de hacer eso en su libro El último secreto de Machu Picchu. Luego de cuatro años de plena investigación, los autores, además, afirman que Hiram Bingham no había descubierto Machu Picchu, sino que la gente de la zona simplemente la había olvidado.

Bingham llegó a Perú en 1911 con la idea de escalar el monte Coropuna, en Arequipa y cuando se enteró de que alguien ya había llegado a la cima, cambió a encontrar lo que llamó “la última capital de los incas”. Pero no era Machu Picchu lo que buscaba. Es más, Bingham nunca había oído nombrar antes de llegar a la ciudad de Cusco, desde donde los lugareños le indicaron el camino. Así, casi por azar, Bingham descubrió lo que muchos peruanos ya conocían pero no sabían valorar.

El libro cuenta que cuando Bingham llegó a Machu Picchu había encontrado una inscripción que decía “Lizárraga 1902” anotándolo en su diario. Poco tiempo después, cuando entendió la maravilla que había descubierto, borró de las ruinas y de sus notas todo rastro del hombre que se le había adelantado con el descubrimiento. Actualmente, los descendientes de Agustín Lizárraga reclaman su justo lugar en la Historia. Uno de ellos, incluso, asegura que Bingham le tendió una trampa a Lizárraga para que muriera ahogado en el río Urubamba.

“El gran engaño de Bingham es que se nombra a sí mismo descubridor de Machu Picchu, pero no se le quita el mérito de haberse dado cuenta del valor de lo que estaba en las narices de los lugareños”, dice Vilela. También cuenta que encontraron información de otros que ya habían visitado la llamada ciudad perdida antes de 1900. Por eso, cuando Bingham llegó, algunos campesinos vivían en las ruinas y aprovechaban sus terrazas para cultivar.

Esos campesinos estaban en la tierra de la familia Ferro, que fue una de las más familias más acomodadas de Cuzco en esa época. Los Ferro fueron dueños de un gigantesco terreno de 32.000 hectáreas, dentro del cual se encontraba Machu Picchu. Un siglo después, la familia Abrill, descendiente de los Ferro, demandó al Estado peruano para que se les devuelva Machu Picchu. Aunque la pretensión suena ridícula, por las leyes de la época en que Bingham llegó y debido a un proceso de expropiación en el que no se pagó un centavo a los propietarios, parece posible y no tan descabellada.

El Estado tiene su propia pelea. Reclama a la Universidad de Yale miles de piezas que Bingham se llevó a Estados Unidos y nunca lo retornaron. Yale argumenta que en Perú no existe la tecnología adecuada para mantener las piezas arqueológicos. Además la universidad pide que se le reconozca el trabajo de preservación que se había dirigido durante un siglo. “Machu Picchu es una suerte de botín que todos se pelean –dice Vilela.

Más que las disputas la investigación debería ser lo principal, piensa el periodista. Aunque se ha publicado mucho del tema y Machu Picchu es una meca turística de América Latina, el autor sostiene que aún hay vacíos de información: “A la gente solo le importa tener su postal, y a quienes están encargados de las ruinas no les interesa indagar más”, asegura. Pero investigar a fondo el lugar implica cerrar el acceso a los turistas y eso sería problemático, “porque gracias a Machu Picchu se mantienen todos los demás centros arqueológicos del Perú. Es un círculo vicioso”.

En todo caso, este periodista y su colega historiador han tratado de demostrar cuánto de Machu Picchu aún se desconoce y de esclarecer la versión oficial de su hallazgo. “Quisimos convertir el conocimiento de cofradía arqueológica en historias periodísticas, crónicas con personajes de carne y hueso” explica Vilela. Y lo han logrado. El último secreto de Machu Picchu no se lee como un libro de arqueología, sino como una novela centrada en esa magnífica ciudad alrededor de la cual existen muchas historias fascinantes y, hasta ahora, desconocidas.

 

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